miércoles, 19 de diciembre de 2012

Eternos despertares


De noche o de día, ese rinconcito mullido que algunos suelen llamar cama, es un mundo; un espacio que abriga y que no deja de ser un escenario infinito para reinventarse incesantemente en la vida de un ser humano:

Despertares risueños, de días soleados,
Despertares remolones de mañanas lluviosas,
Despertares de ávidas lecturas,
Despertares de mates y bizcochos.

Despertares tediosos, de jornadas interminables,
Despertares de recuerdos que apuñalan el alma,
Despertares solitarios y fríos sin compañía,
Despertares monótonos inundados de lo cotidiano.

Despertares de a dos, con sabor a sábado por la noche,
Despertares de sobrinos que invitan con sus vocecitas a la mesa del domingo,
Despertares de manito de pan que se moja en el tuco de las madres,
Despertares alegres con vida propia.

Despertares dolorosos, con tos y fiebre,
Despertares recordando amores que se fueron,
Despertares reminiscentes con imágenes de los muertos queridos,
Despertares empañados, que se salan con alguna lágrima.

Despertares conscientes de un futuro prominente,
Despertares musicales, que proponen un día alegre,
Despertares de amigos, con palabras de lo vivido una noche atrás,
Despertares con caricias de mujeres sonrientes.

Casi un año de despertares, continuos despertares,
Que proponen otros nuevos y venideros. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Hola...?


Desde que todo había terminado, el teléfono fijo sólo había sonado tres veces: su hermana invitándolo a tomar unos mates, una notificación de corte de servicios de vaya a saber cuál de ellos, y un ofrecimiento para cambiarse de mutual. Ella no llamaba.
Los días habían pasado, y el trajín empezaba a enturbiar los recuerdos pero, igualmente, las noches no daban respiro y el rescoldo de una vieja pasión cercana, aportaba lo suyo para que aunque sea una lágrima de las que él le había jurado cayera contorneando el rostro hasta llegar a la almohada.
La casa estaba tranquila; orden por todos lados, y la pulcritud e impavidez de los muebles le hacían dudar de que algo hubiera pasado, de que la felicidad había inundado todos esos espacios inmaculados.
Él se había encargado minuciosamente, de quitar todo objeto material que hacía referencia a los meses anteriores: papeles pegados en los espejos, borradores tachados, anotaciones desprolijas producto del apuro, más papeles y hasta anotaciones de chinchón todo con los nombres de ambos.
Pero no podía dejar de persignarse cada vez que se acostaba, ni tampoco podía dejar de repetir incesantemente los ritos más estrambóticos rezando para que volviera a dioses inexistentes.
Una mañana se levantó, como todas en su vida: cansado y perezoso. Puso a calentar la pava, preparó el mate, bostezó y se sentó en la cocina. Los primeros rayitos de sol del día, se asomaban tímidos por la ventana.
A las diez y veinte, por cuarta vez desde que todo había terminado, sonó el teléfono y los últimos siete meses aparecieron en su mente comprimidos en tan sólo un segundo. Volvió a sonar. Temeroso se acercó hasta la mesita donde estaba el aparato, que no paraba de arremeter con su incontenible chirrido. Casi temblando tomó coraje, y con las manos algo transpiradas atendió. Del otro lado, una voz armoniosa pero con cadencia técnica le dijo: “Buenos días señor, mi nombre es Roxana y lo llamo de Telefónica para ofrecerle….”. No respondió; no dijo una sola palabra y cortó.