De noche o de día, ese rinconcito mullido
que algunos suelen llamar cama, es un mundo; un espacio que abriga y que no
deja de ser un escenario infinito para reinventarse incesantemente en la vida de un ser humano:
Despertares risueños, de días soleados,
Despertares remolones de mañanas lluviosas,
Despertares de ávidas lecturas,
Despertares de mates y bizcochos.
Despertares tediosos, de jornadas
interminables,
Despertares de recuerdos que apuñalan el
alma,
Despertares solitarios y fríos sin compañía,
Despertares monótonos inundados de lo cotidiano.
Despertares de a dos, con sabor a sábado
por la noche,
Despertares de sobrinos que invitan con sus
vocecitas a la mesa del domingo,
Despertares de manito de pan que se moja en
el tuco de las madres,
Despertares alegres con vida propia.
Despertares dolorosos, con tos y fiebre,
Despertares recordando amores que se
fueron,
Despertares reminiscentes con imágenes de los
muertos queridos,
Despertares empañados, que se salan con alguna
lágrima.
Despertares conscientes de un futuro
prominente,
Despertares musicales, que proponen un día alegre,
Despertares de amigos, con palabras de lo vivido una noche atrás,
Despertares de amigos, con palabras de lo vivido una noche atrás,
Despertares con caricias de mujeres
sonrientes.
Casi un año de despertares, continuos
despertares,
Que proponen otros nuevos y venideros.