Javi interpretando a unos de sus personajes
Me apuré a leerla, porque la verdad que la propuesta era terriblemente tentadora, y cuando terminé me vi rebalsado por la necesidad de escribirle una carta a ese personaje que Javi se encuentra construyendo con todos los condimentos propios de lo siniestro.
Así que escrita la carta no se me ocurrió mejor idea que compartirla con mi vieja, y le propuse desempolvar sus habilidades, que tan bien había sabido llevar durante sus años mozos como declamadora, para que me grabara con su voz, la lectura de las líneas que yo había armado.
Por lo tanto, va un doble agradecimiento: a Javi por haber sido el puntapié de la inspiración que gobernó el armado de la epístola; y a "Gachi" como varios la conocen a mi vieja, por haberse atrevido a darle vida a mis palabras con su esplendida voz y cadencia.
Para contextualizar, tengo que decir que la obra relata el suicidio en escena de un clown y las vicisitudes obvias (y no tanto), que se derivan de ese cruel acto. Quédense tranquilos que mi vida no corre peligro, y la carta fue concebida con fines meramente artísticos.
Acá el audio para los que quieran escucharlo:
...Y acá el texto para los gustosos de la lectura:
Carta
para un clown a punto de morir
He
decidido emprender la tarea de escribirle esta carta, luego de haber tenido el
honor de leer sus lisonjas reivindicativas del más allá.
Sepa
disculpar ante todo mi empresa señor clown, pero es que tengo la necesidad de
hacerle llegar estas impávidas líneas, ya que me identifica su calvario y de la
misma manera, espero que su suerte final.
Es
entrañable haber escuchado tan certeras palabras evocadas por una lengua filosa
que innumerables veces le ha rasgado la cara a varios espectadores, cortando
por los carrillos los vestigios de quién sabe qué pesadumbres, para dejar como
secuela una sonrisa con tan sólo recordar alguno de sus majestuosos actos; soy
un ferviente ejemplo de ello. Pero permítame decirle también, que no sólo encontrará
halagos aquí; no. También encontrará muestras de envidia y odio hacia usted, por
la sencilla razón de tener la suerte de vivir llorando a carcajadas.
Sepa
que al igual que la suya, mi alma es penuria, y usted no es el único que desea ponerle
fin a su existencia; también yo lo deseo, y espero que la guadaña venga pronto
a quitarme lo que es mío como ya lo ha hecho el Tata Dios a lo largo de estos
años, durante los cuales sin remedio y lentamente, las ganas han huido.
Lo
cierto es que el esquinazo me ha apuñalado, y ya un poco cansado del tedio de
este presente, me reconozco cobarde para probar con la alegría, o hasta para
hacerme caricias con el filo de alguna guillotina que le ponga fin a esta tristeza
que muchos le llaman vida.
Sé que
distintos dolores aquejan a su alma y la mía, pero ¿no cree usted que al fin de
todo existe la misma alegría? Mire, se lo digo en verso para achicar la
perfidia:
Dice aquél que ama a la vida
Que todo es aburrido si no hay agonía
Y hasta la palabra más dolorosa sabría
Que luego de pronunciarla la muerte sola vendría
Quizás
me aqueja la cobardía, lo admito con valentía, pero no cree también ¿que el
olvido, un puñal al corazón sería?. Y es ese el problema mi queridísimo amigo:
cómo matarse a uno mismo olvidando recuerdos que son los pilares del alma. Entonces,
la dicotomía se introduce cruel en estos pensamientos, porque si hay recuerdo
no hay olvido, y eso nos aqueja a la vez que tratamos de morir, sumergidos en
un letargo que no le deja a uno caminar erguido, ni muchos menos sentir la
felicidad de la cual usted habla.
Con
esto le quiero decir que se hace eternamente difícil dar rienda suelta a la
sonrisa, con tanto pesar que al corazón cobija. Y no justifico mi mirada
sombría. Sino que pretendo levantar como un estandarte sus palabras poniendo en
primera persona al sujeto de la acción: “yo lloraré de risa”.
Me
duele en el alma ser una de las tantas personas a las que usted se refiere,
pero es que las circunstancias del amor no me dejan llevar la nariz pintada. Así
que sepa disculparme si no puedo con mi mandato de cómico, pero es que en días
como estos: la boca me sangra, el alma no baila, los ojos se empañan, y el
corazón pide a gritos palabras que no me salvan.
Dijo un
payaso que ya se ha ido, con escuetas palabras:
Si la muerte traicionera,
me acogota a su palenque,
háganme con dos rebenques,
la cruz pa' mi cabecera.
Si muero en mi madriguera,
mirando los horizontes,
no quiero cruces ni aprontes,
ni encargos para el Eterno.
Tal vez pasando el invierno,
me de sus flores el monte.
me acogota a su palenque,
háganme con dos rebenques,
la cruz pa' mi cabecera.
Si muero en mi madriguera,
mirando los horizontes,
no quiero cruces ni aprontes,
ni encargos para el Eterno.
Tal vez pasando el invierno,
me de sus flores el monte.
Y no es mi afán el de completar espacios innecesarios en esta
carta que a usted le escribo, sino darle a su oído muestras irrefutables de mis
penas porque ya no hay ningún monte que pueda darme a mí flores.
Demasiado
pensar para un simple mortal. No sé cómo terminará usted señor clown, pero sí
sé cómo yo he de terminar; y le digo que la letanía de un corazón en velo me ha
dado una conclusión: hay que ponerle fin al dolor.
Sepa
disculpar que me maquille si es que nunca antes lo he hecho, pero quiero sentir
la dicha por lo menos durante un momento. Y espero pueda asistir a mi entierro
antes de quitarse la vida, como yo lo habría hecho en honor a su lejana
compañía, repitiendo el epitafio que en esta tarde gris es mi única alegría,
pero no sin antes disculparme por haber tomado prestadas sus palabras de
agonía: “llórenme de risa”.